16 de noviembre de 2009

La comunidad Liberal: Ronald Dworkin




El filosofo norteamericano Ronald Dworkin trata en sus obras temas asociados con la filosofía moral, con la filosofía política y con el derecho, planteando las necesarias interrelaciones que tienen y deben tener estas categorías. Es uno de los intelectuales más influyentes del mundo en materia de filosofía jurídica, y su trabajo se ha caracterizado por sus solidas construcciones conceptuales y por sus trabajos que en materia jurídica son ejemplares.

En su ensayo "La comunidad liberal" , Dworkin se propone analizar el papel que desempeña el concepto de comunidad en las discusiones en torno al problema de si una ética convencional puede ser impuesta por medio de la ley penal .

El autor señala que como se afirma que el liberalismo rechaza la importancia de la comunidad, y que la tolerancia liberal debilita a la comunidad, el va a tratar de poner a prueba estas suposiciones. El autor examina cuatro argumentos que se emplea para criticar la tolerancia liberal [Dworkin, p. 136], para sustentar su tesis de que el liberalismo ofrece la mejor interpretación del concepto de comunidad y que la teoría liberal hace el mejor recuento de su importancia [Dworkin, p. 137].

Valiéndose de la refutación de estos "argumentos comunitaristas", Dworkin defiende una respuesta negativa a la pregunta planteada. A grandes rasgos, la tesis del artículo es la de que, pese a lo que piensan los comunitaristas, una comunidad política no debería utilizar la ley penal para obligar a sus miembros a actuar de acuerdo con una determinada concepción de vida buena. En general el ensayo sostiene que, mientras el liberalismo está a la altura de su tiempo, el comunitarismo no es más que una posición reaccionaria.

Michael Walzer considera que los argumentos críticos que esgrimen los autores considerados comunitaristas y a él mismo se le clasifica a menudo como tal, frente al liberalismo contemporáneo, son, en realidad, argumentos recurrentes, que no dejan de ponerse de moda periódicamente para expresar el descontento que aparece en las sociedades liberales, cuando se alcanza en ellas cierto grado de desarraigo de las personas respecto a las comunidades familiares y locales.

Allen Buchanan ha resumido las críticas comunitaristas al pensamiento liberal en cinco puntos:
1) Los liberales devalúan, descuidan, y socavan los compromisos con la propia comunidad, siendo así que la comunidad es un ingrediente irremplazable en la vida buena de los seres humanos.
2) El liberalismo minusvalora la vida política, puesto que contempla la asociación política como un bien puramente instrumental, y por ello ignora la importancia fundamental de la participación plena en la comunidad política para la vida buena de las personas.
3) El pensamiento liberal no da cuenta de la importancia de ciertas obligaciones y compromisos -aquellos que no son elegidos o contraídos explícitamente por un contrato o por una promesa- tales como las obligaciones familiares y las de apoyo a la propia comunidad o país.
4) El liberalismo presupone una concepción defectuosa de la persona, porque no es capaz de reconocer que el sujeto humano está instalado en los compromisos y en los valores comunitarios, que le constituyen parcialmente a él mismo, y que no son objeto de elección alguna.
5) La filosofía política liberal exalta erróneamente la virtud de la justicia como la primera virtud de las instituciones sociales y no se da cuenta de que, en el mejor de los casos, la justicia es una virtud reparadora, sólo necesaria en circunstancias en las que ha hecho quiebra la virtud más elevada de la comunidad.

1.El argumento de la mayoría
Dworkin defiende la tolerancia liberal frente al argumento de que la mayoría debe imponer su punto de vista. (Dworkin, 140) Sostiene que una vez que aceptamos que los entornos económico y ético están unidos, tenemos que aceptar la tolerancia liberal en materia ética, ya que cualquier punto de vista contrario niega la unidad (Dworkin, 144), y que cualquier teoría de la justicia plausible rechazaría el control exclusivamente mayoritario (Dworkin, 142). Sin embargo la tolerancia puede ser sólo mero "maquillaje" políticamente correcto, para ocultar la "coacción" sobre los derechos individuales de otras personas, sino se sostiene que el pluralismo de valores en el campo de la ética puede dar apoyo a una concepción revisada de los derechos humanos, negando la creencia tradicional heredada por la ortodoxia liberal contemporánea, de que los conflictos de valor no pueden tener más que una solución correcta.

2. El argumento del paternalismo
En el segundo argumento objeto de su análisis (Dworkin, 136), en el cual la identidad del individuo depende de su identificación con las comunidades a las cuales pertenece, encuentro razones para cuestionar la auto comprensión del liberalismo implícita en la idea de neutralidad defendida por Dworkin. Se puede mostrar que es factible cuestionar la neutralidad liberal desde un punto de vista comunitarista sin que eso signifique nostalgia alguna de totalitarismo.
Una versión del motivo comunitarista que quiero defender proviene de Michael Sandel, a quien Dworkin se remite . En palabras de Dworkin, esta versión afirma que "las personas necesitan de la comunidad no solamente para la cultura y el lenguaje, sino para la identidad y autorreferencia, porque sólo pueden identificarse a sí mismas ante sí mismas como miembros de la comunidad a la cual pertenecen"(Dworkin, 155).

En su libro Liberalismo y los límites de la justicia, y más concretamente en las páginas referidas por Dworkin, Sandel ataca la incapacidad liberal de diferenciar esta situación, ya que para el liberalismo 'comunidad significa una especie de asociación a la cual se entra y de la cual se sale voluntariamente, a la cual se decide pertenecer o no. Según Sandel, esto tiene que ver con una cierta noción de identidad como previa a todo fin, como si todos los fines fueran meros atributos, es decir, accidentes del sujeto y no parte constitutiva de su identidad.

Esta crítica no niega que haya fines arbitrarios, fines sin los cuales yo no dejo de ser lo que soy, ni niega tampoco la existencia de asociaciones. Las reflexiones de Sandel abren paso a la heterogeneidad de una manera aún no explorada suficientemente y digna de reflexión, pues la identidad está siempre forjada por la pertenencia a varias comunidades, es decir, implica ya siempre relación, apunta más allá de sí. Insiste Sandel en que, de aquellas comunidades constitutivas de nuestra identidad no nos podemos separar nunca por completo, cosa que Dworkin sí parece dar por sentado.

Considero que hay cosas que no son meros caprichos sino cuestión de pertenencia, y que ésta es una cuestión decisiva. Las comunidades a las cuales pertenecemos se entrecruzan formando una maraña de la cual difícilmente podríamos derivar consecuencias políticas totalitarias. Por el contrario, canales de participación adecuados permitirían más bien que esta compleja red enriqueciera la comunidad política y las leyes.
Pero para que esto llegara a realizarse, necesitaríamos menos tolerancia liberal y más esfuerzo de mutuo reconocimiento . Sólo éste podría dar origen a leyes justas relacionadas con realidades y necesidades siempre concretas.

Una ley a la altura de su tiempo no pretendería ser hija de una neutralidad que no puede ser sino ficticia, sino más bien sabría reconocer su propia contingencia, pues sólo esto la haría permeable a las lecciones de la historia. Y aquí nos encontramos de nuevo con la posibilidad de distancia crítica desde una perspectiva "comunitarista" que enfatiza la noción de pertenencia.

En su libro Una cuestión de principio , dice Dworkin, aludiendo a la distinción entre lo justo y lo bueno: "La justicia es nuestro crítico, no nuestro espejo" . Esta frase encuentra eco en el texto de "la comunidad liberal" en el cual afirma que "cuando una sociedad desarrolla esta actitud crítica, con su insistencia en que sus propias costumbres son constantemente vulnerables al examen y revisión a partir de algún criterio más alto e independiente, irreparablemente pierde el tipo de objetividad -enraizado en convenciones- válido en una comunidad menos crítica y más simple" .

Evidentemente Dworkin piensa que las sociedades liberales son las sociedades críticas y que el criterio más alto e independiente, el criterio de la justicia, también lo proporciona el liberalismo. Lo demás es reducible a un conjunto de tradiciones acríticas. Sin embargo, ¿Si Sandel tiene razón y la distancia crítica sólo es posible desde el propio horizonte de experiencias, cómo puede una determinada tradición, la liberal, monopolizar los parámetros críticos ?

Que el liberalismo se proponga proteger un espectro más amplio de perspectivas no quiere decir que sea neutral, que sea el punto de vista elevado por encima de todas las tradiciones, desde el cual sería posible la crítica de todas ellas. El mismo es un resultado de la historia, y como tal, está sujeto al devenir de la experiencia humana. Él es una peculiar encarnación de los atisbos y supuestos de tradiciones concretas y, por lo tanto, susceptible de matizar unilateralidades a la luz de las tradiciones que no incluye. Como toda justicia, la justicia liberal no es más que un espejo.
Sin embargo, los más famosos teóricos liberales, entre ellos Dworkin, siguen hablando de neutralidad al tiempo que admiten que ésta no abarca a los no liberales . Pero ¿qué sentido puede tener entonces hablar de neutralidad cuando la neutralidad es sólo entre liberales? ¿Acaso todas las perspectivas no liberales son simplemente desechables sin más como injustas? ¿En dónde queda el pluralismo que se buscaba defender?

Considero que el liberalismo sólo podrá hacerle justicia al pluralismo cuando deje de singularizarse en auto elogio y se asuma como una tradición entre otras. En mi concepto esto es una actitud similar a la arrogancia de las sectas que creen que encierran el consenso de la verdad y de todos.

3. Argumento del interés propio y de la comunidad
En mi opinión, el liberalismo no puede estar a la altura de su tiempo sin tomarse en serio los retos comunitaristas. Dworkin mismo proporciona un ejemplo de las 'tendencias híbridas' que se han enriquecido de ambas posiciones (Dworkin, 35-36). Dworkin admite el valor de la idea originaria del tercero de los cuatro "argumentos comunitaristas" que expone (Dworkin, 137). Según los comunitaristas, el éxito o fracaso de la comunidad política determina el éxito o fracaso de las vidas de sus miembros. La versión republicana de esta idea insiste en que las decisiones políticas deben reflejar las tradiciones e intereses de las comunidades que conforman la comunidad política, de manera que sus miembros puedan identificarse con ella.

El giro liberal que Dworkin le da a esta idea consiste en decir que el interés en la justicia misma es el vínculo poderoso entre los miembros de la comunidad política. El interés en la protección de la esfera individual sería el único interés compartido por los miembros de una comunidad política, la única fuente de identificación en una sociedad pluralista. Pero precisamente debido a esta insistencia en que el carácter justo de la comunidad política es condición de posibilidad de la realización de sus miembros, enfrentan los comunitaristas la insistencia en que la realización individual requiere de lazos de pertenencia sin cuya protección la comunidad política misma se desintegraría.

4. El argumento de la integración
Dworkin, en clave liberal, ha intentado reconstruir sus tesis siendo especialmente sensible a ciertas objeciones de índole comunitarista, particularmente aquélla que él denomina el argumento de la integración, sentando las bases de lo que él mismo ha llamado liberalismo ético o republicanismo cívico liberal (Dworkin, 161).

Dworkin plantea que de todas las críticas comunitaristas, una de ellas es especialmente plausible, la que identifica como el argumento de la integración. Según el autor, la premisa fundamental de esta tesis es correcta:
las comunidades políticas disfrutan de una vida comunal cuyo éxito o fracaso forma parte de lo que determina si las vidas de sus miembros son mejores o peores (Dworkin, 162).
Es decir, la tolerancia liberal se sostendría en una distinción ilegítima entre lo justo y el bien, entre la moralidad pública y la privada. De este modo, descree de lo que él denomina la estrategia de la discontinuidad , aquella que escinde las cuestiones de moralidad pública y privada, propia de las teorías liberales contractualistas y propone, alternativamente, una estrategia de la continuidad que diluye la escisión apuntada.

En esa misma línea, el filósofo estadounidense intenta fundar una especie de republicanismo cívico liberal que se sustenta en una aceptación débil del argumento de la integración (Dworkin, 163). O sea, su noción de comunidad se aparta de la versión ontológica fuerte del comunitarismo metafísico, que sucumbe al antropomorfismo y supone que una vida comunal es la vida de una persona a tamaño grande (afirmando que la integración depende de la primacía ontológica de la comunidad), para estructurarse desde un punto de vista de las prácticas sociales que articulan las comunidades y sus actividades. (Dworkin, 166)

Las dos perspectivas que sustenta el liberalismo, la ética y la política, son insostenibles al interior de un individuo, ya que habilitan a que a escala personal nos guiemos en forma parcial y de acuerdo a nuestros criterios personales, mientras que en el ámbito político exige que desterremos esa perspectiva para asumir una perspectiva de imparcialidad que asegure el considerar a todos como iguales. Dworkin critica esta posición y aquí se ve claramente su sensibilidad a las críticas comunitaristas, ya que incluso asume la terminología con la que algunos autores de esta corriente se han referido a esta característica.

Esta reconsideración de las características del liberalismo lo conduce a un intento de defensa del mismo sobre bases completamente diferentes a las que hiciera anteriormente. Sostiene que desde la posición que sustenta la discontinuidad entre las perspectivas personal y política, la defensa del liberalismo se vuelve imposible, por lo tanto la única defensa posible es la reconciliación de las dos perspectivas, para lo que buscará los fundamentos del liberalismo en una idea de vida buena (Dworkin, 181-182).

Para explicar esta especial forma de comprender la integración desde un punto de vista liberal, Dworkin echa mano a la analogía que también utilizara Rawls de la vida común de una orquesta. Si bien una orquesta es una unidad de acción o agencial y, por consiguiente, los músicos consideran sus actuaciones como un todo y participan de los triunfos y fracasos de la orquesta como si fueran los suyos propios, esto no significa que al primer violinista le importen las conductas sexuales del percusionista y si, de hecho le preocuparan, lo haría motivado por fines puramente altruistas o de otro tipo, pero no constituiría una inquietud por la buena salud de la orquesta, puesto que la integridad de la orquesta no se ve nunca comprometida por el adulterio del percusionista. La orquesta tiene, por supuesto, una vida común, pero ésta se reduce exclusivamente a una vida musical (Dworkin, 164).

Del mismo modo, la vida colectiva de una comunidad sólo incluye los actos considerados colectivos por las prácticas y actitudes que crea la comunidad como agente colectivo. Así, esta vida común incluye los actos políticos formales, es decir, los actos de un gobierno a través de sus instituciones legislativas, ejecutivas y judiciales, los que son suficientes para satisfacer todas las condiciones de la agencia colectiva que identificamos cuando consideramos las razones por las cuales una orquesta tiene vida comunal(Dworkin, 167).
En síntesis la propuesta de Dworkin tiene por objeto vincular ética y política a partir de una concepción de buena vida que establezca la continuidad entre esta última y la moralidad política liberal (Dworkin, 177, 181-182).

Por más que uno pudiera compartir el optimismo de Dworkin, es difícil no señalar que esta postura se reduce a afirmar que es sumamente razonable aceptar el liberalismo integrado que nos presenta y que, en consecuencia, no debe considerarse razonable en última instancia a todo aquel que lo rechace (Dworkin, 179). El problema es que en ese caso la defensa de la integración que hace Dworkin parece no diferenciarse de la estrategia de la discontinuidad liberal que había condenado tan tajantemente, pues recurre también a la noción de lo razonable. Dworkin parece así vulnerable a la crítica que él mismo había hecho previamente a esa estrategia, a saber, que apela a una concepción de lo razonable, que es inevitablemente sustantiva, y no abstracta y neutral como exige el liberalismo antiperfeccionista

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